Celebro la ternura del césped bajo nuestros pies,
del silencio cómplice de la sentencia
la de no ser, nunca, lo que yo deseo contigo.
Me aferro a la ternura de tus ojos al caer de la tarde
con la sencilla esperanza y con la cruel verdad
y te siento tan propio en esos momentos.
Mantengo la ternura que me queda
en los recuerdos juntos, y de reojo
cada día un poco más
me atrevo a espiar el futuro.
Así se sucede la vida en los páramos del corazón...
Laura, Bs As, 04/03/2005